Sean ciertas o no esas frases, las crea o no, he aprendido que cuando alguien está completamente convencido de una idea es mejor no discutirla. La mayoría de las ocasiones lo olvido y me engancho en discusiones que no me traen beneficio y por el contrario me hacen ganar la antipatía de mi interlocutor.
Aunque el mundo es cambiante y el método científico nos obliga a dudar, pienso luego existo, la verdad es que nos gustan más las verdades absolutas. Nos hacen sentir cómodos. Nos evitan pensar, porque como sabemos pensar es un proceso tedioso y doloroso.
Lo peor es que todos tenemos un predicador dentro de nosotros. Simpatizamos con una idea política, religiosa, deportiva, moral, etc. y sentimos la necesidad de convencer a los demás de nuestras ideas.
Lo malo es que nuestro poder de convencimiento es muy variable y en la medida en que fracasamos en convencer, nos molestamos con los demás y no perdonamos que no entiendan que nuestras ideas son las mejores.
Estoy convencido de que cada quien tiene derecho a pensar y hacer lo que quiera, siempre y cuando no afecte a terceros. Y así como existe libertad de expresión, existe libertad para no escuchar a la otra persona.
Nunca me he burlado de las personas que profesan una creencia religiosa diferente a la mía, pero no acepto que traten de convencerme de sus ideas. Si su fe los hizo mejores personas felicidades. Pero yo decido lo que creo.
Incluso moviéndonos en ese escabroso terreno de las religiones San Agustín nos habló del libre albedrío aquí en la tierra y ya en el otro mundo, si estoy ante el creador rendiré cuentas, pero aquí no.
No estoy hablando de no obedecer reglas, leyes, convencionalismos sociales, etc. Simplemente no por más apasionado y creyente que sea alguien de sus ideas va a convencerme. Tal vez equivocado las acepte o las rechace.
Lo mejor que podemos hacer es exponer nuestras ideas y dejar que se vendan por si solas, si son buenas convencerán a quien sea. Escuchar, reflexionar y aceptar lo que nos guste, ya sea irle al América, ser religioso, ateo, nelioberal, perredista o fanático de los narcocorridos.
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